Leonardo Castellani
Retorno al periodismo

Terminé de pegar mis 102 artículos en un primoroso cuaderno, lo firmé con una rúbrica primorosa, me fui al jardín, me tendí en la hamaca y encendí la pipa. ¡Oh pipa! —dije—, por fin te he dominado.
No domina su pipa el que no sabe encender su pipa. No sabe fumar en pipa el que no sabe dejar a tiempo la pipa. Las mujeres podrán fumar todos los cigarrillos rubios que quieran, con ese instinto simiesco que Dios les ha dado de imitar a los hombres, pero jamás nos arrebatarán la pipa. ¡Oh pipa! ¡Consuelo del varón cansado y gran compañera del periodista pobre!
Estaba ya cerrando los ojos en una plácida siesta de carnero, cuando veo venir en línea quebrada a doña Sophía. Venía haciéndose la distraída, como quien va recogiendo flores, pero yo hace muchos años que la conozco a doña Sophía.
—¿Qué estás haciendo?
—Descansando.
—¿De qué?
Esta breve pregunta de doña Sophía quedó sin respuesta. Solté una gran bocanada de humo, tratando de guardar una especie de indiferencia olímpica.
—¿Te gustan estas dalias?
—No.
—¿Por qué?
—Porque no estoy para flores.
—Ya lo sé. ¿Y qué estás haciendo aquí ahora? ¿No es la hora de tu artículo semanal?
—Me estoy haciendo raro. ¡Hay que hacerse raro!
—¿Más todavía? —dijo ella candorosamente.
También esta pregunta quedó sin respuesta. O mejor, fue respondida con otra pregunta.
—¿Qué querés?
—Estoy juntando flores para llevarlas esta noche a lo de García. Tenemos que quedar bien con los García.
—Me parece muy bien.
—¿Vendrás vos?
—No.
—¿Por qué?
—Porque no tengo tiempo.
—Sfido ío —me dijo doña Sophía—, si te pasás los días enteros tirado en una hamaca, claro que después no vas a tener tiempo para nada.
Este repentino cuanto injusto ataque, me despertó del todo.
—Sophía —le dije solemnemente—, pienso no escribir más durante cinco o seis años.
Esta vez fue ella la conmovida.
—¡Dios mío! —dijo—. Ya me parecía a mí que estabas enfermo.
—Absolutamente. Nunca he estado más sano.
—¿Qué te pasa entonces?
—El artista tiene que hacerse raro. La apreciable gente que me hace el honor de leerme no me aprecia bastante, sobre todo los que están próximos —le dije con cierta malicia—, a causa de mi pródiga superproducción.
—¿Y ahora te vas a hacer apreciar por la improducción?
—"Make you scarce," dijo Shakespeare. Quiero seguir la senda de los raros. Quiero enrarecerme como una cosa profunda y preciosa. Es el gran ejemplo que nos dio Goethe.
—Lindo ejemplo para tus hijos.
—Mis hijos tienen el ejemplo de la santidad de su madre. En resguardo de su salud, ¡que tengan también el ejemplo de la haraganería de su padre! La mayor herencia que puedo dejarles es una fama intachable como artista, ya que no puedo dejarles una fama intachable como hombre.
—Hablando en serio, ¿venís esta noche con nosotros a lo de García?
Estos bruscos cambios de flanco de doña Sophía suelen ser mortíferos para mi elocuencia. Por eso preferí ignorar de nuevo la pregunta.
—El artista necesita hacer descansar sus facultades creadoras. Entre su Minerva y su Júpiter, Fidias no hizo nada durante siete años. ¡Oh grandes maestros de la Hélade, que nos dan la lección de la heladera! El hábito artístico tiene dos partes, que son como su cuerpo y su alma. La parte automática, que se llama mester, que reside en el cerebro, que si uno la alimenta mucho se hipertrofia en rutina. La parte viva, que se llama propiamente hábitus, que reside en la región espiritual del hombre y es una cualidad de suyo total, aunque tenga su sede en una potencia. La rutina crece con el ejercicio, pero el hábitus se asienta en el reposo. En invierno es cuando se aprende a nadar, en verano cuando se aprende a patinar. Y así no escribiendo nada es (en cierto modo) como se aprende realmente a escribir. Si dejo de escribir unos cinco o seis años, no solamente haré después una obra maestra, sino que el público me echará de menos de un modo tal que tendrá que intervenir el gobierno y me nombrará por lo menos director de Bellas Artes; ¡si es que no inventan una nueva Subsecretaría de Instrucción Pública expresamente para mí! ¡He dicho!
Sophía me besó.
—Querido —me dijo—, venía a pedirte la plata para los gastos de este mes.
Me levanté y me fui penosamente al escritorio para darle la plata, y sin saber cómo ni por qué, en esta mañana tan linda para estar en el jardín, cátate aquí que me encuentro escribiendo de nuevo otro artículo.
Que no es otro, oh lector, que el que has leído, Y es, por supuesto, sólo una parábola. Lo cual no es desdecir, muy al contrario, Que sea una verdad extraordinaria.
(17 de octubre de 1944).
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